jueves, 9 de mayo de 2013

ROBINSON CRUSOE Y LOS CICLOS ECONÓMICOS

Quienes deseen entender la conducta de la economía como un todo, deben saber que aquella es gobernada por los estados de humor de sus agentes económicos; las familias, las empresas y el propio Estado, que la llevan a periodos de crecimiento donde el estado de humor es positivo y a periodos de contracción o recesión donde el estado de humor es negativo, estos estados de humor a su vez están configurados por factores internos y/o externos que determinan el accionar de los agentes. Gregory Mankiw, profesor de economía de la Universidad de Harvard nos lo explica a través de la historia de Robinson Crusoe, aquella que tiene sus orígenes en la novela de Daniel Defoe publicada en 1719, historia que es muy utilizada desde los clásicos para educar en materia económica.  

La alegoría comienza con Robinson Crusoe, un marinero que naufraga en una isla desierta, quien tiene que tomar decisiones económicas, entre dedicar su tiempo al trabajo como el pescar u horas al ocio como el disfrutar de la playa. Las actividades de trabajo o pesca brindan una idea del tamaño de la economía que los economistas llamamos producto bruto interno (PBI), para denotar el valor de todos los bienes y servicios producidos por una sociedad, que en el caso de la economía de Crusoe lo determina la cantidad de peces que case.

Un buen día Robinson observa algo inusual en el mar, la presencia de una cardumen de peces nunca antes vista y se dedica a pescar lo más que pueda, su estado de humor es positivo, aumenta sus horas de trabajo a costa de menos horas de ocio, en consecuencia el tamaño de su economía crece o mejor dicho su PBI aumenta, porque ahora tiene más peces con que alimentarse, es decir, es un periodo de expansión y su humor es de optimismo, y vaya que lo es. Sin embargo, al poco tiempo estalla una tormenta que espanta a todos los peces y que imposibilita a Crusoe a salir a pescar, le embarga un estado de humor muy negativo, entonces le dedicará más tiempo a relajarse y menos al trabajo, el efecto es que el tamaño de su economía se reduce porque sus capturas de peces son menores, o lo que es lo mismo su PBI entrará en una periodo de contracción y prevalecerá un estado de crispación o de pesimismo.

Esta historia nos enseña que la economía es cíclica, con periodos de expansión donde reina la confianza y el optimismo, y es cuando deberíamos hacer las reformas estructurales para extender su duración, porque la parte negativa o periodos de contracción vendrán de todos modos, es inevitable, porque es parte del humor de los mercados, lo importante es hacer que este periodo no sea muy recesivo y dure poco.

En esta misma línea, el libro “Cuando despertemos en el 2062. Visiones del Perú en 50 años” de la Universidad del Pacífico, muestra la preocupación de sus editores en relación al actual ciclo de crecimiento económico del país, el cual viene descansando en la explotación de sus recursos naturales y en algunos servicios como el retail, pero que si en 50 años no logramos reducir nuestra fragilidad económica tendremos una gran depresión.

Pero esto es una realidad que no solo inmiscuye a nuestro país, sino a la gran mayoría de los países de la región. Cuando el economista venezolano Ricardo Hausmann, quien dirige el Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, refiere que Perú no debería copiar el  modelo de crecimiento de Chile, la economía más pro mercado de la región, lo hace pensando en la fuerte dependencia de este país a la producción del cobre y otros productos primarios. Según estimaciones del Banco Mundial durante el siglo XX las exportaciones de Chile con componentes de productos primarios bordearon entre el 80% y el 90% del total.

La hipótesis descansa en que el conjunto de reformas que han venido realizando países como Perú, Chile, Colombia, México y Brasil, para flexibilizar sus mercados y ser más competitivos, a lo único que las han conducido es a reprimarizar sus economías, es decir, a depender cada vez más de sus recursos naturales o primarios. Antes fueron el salitre, el guano y el caucho, entre otros, hoy son el petróleo, el cobre, los textiles, el café y la soja, entre muchos más, productos de escaso valor añadido y cuyos precios son muy dependientes de los ciclos de crecimiento de otras naciones, como la de China por ejemplo, que hace que sean muy volátiles y desestabilicen los ciclos de crecimiento de estos países.

El problema de la región es que ha avanzado muy poco después de las reformas de Primera Generación incluidas en el Consenso de Washington, como la apertura de mercados, la liberalización de precios, el equilibrio fiscal, la independencia de los Bancos centrales, el adelgazamiento del Estado y la flotación de nuestras monedas, entre otras reformas, que si bien lograron estabilizar nuestra macroeconomía hicieron muy poco por solidificar nuestro crecimiento de largo plazo. Incluso países como Argentina, Venezuela y Bolivia están retrocediendo en sus reformas, no es fortuito entonces que los dos primeros tengan problemas para estabilizar sus economías.

Asimismo, debemos reconocer que nuestros países aún tienen debilidades en sus reformas institucionales o de estructura jurídica, como los derechos de propiedad y los sistemas de supervisión y regulación, llamadas reformas de Segunda Generación, por poner solo dos ejemplos; la reciente destitución por parte del senado del Ministro de Educación de Chile, el cuarto en lo que va de la gestión del Presidente Piñera y la pretendida compra por parte de Petroperú de los activos de Repsol.

Sin embargo, estas no son todas las reformas que deberían implementarse, existen un conjunto de ellas sobre las que se están trabajando muy débilmente y de las que nos hablaba Esteban Hnyilicza, llamadas de Tercera Generación, que permitirían conjuntamente con las dos generaciones de reformas anteriores alargar el ciclo de crecimiento positivo de nuestras economías y fortalecerlas ante las recesiones. Reformas como la optimización de la relación Estado-Mercado, que nos brindarían la oportunidad de fortalecer nuestras competencias productivas a través de sistemas de incentivos de cooperación y coordinación.

No es casual que Hausmann sostenga que a Chile le guste compararse con California, por estar en la misma latitud y tener el mismo clima, pero que desafortunadamente no tiene un Silicon Valley y un Hollywood, porque estas industrias no se desarrollaron con recursos naturales sino con el direccionamiento de adecuadas políticas sectoriales. El que el Estado no deba ser empresario no significa que se ausente de su obligación de generar incentivos para acompañar al mercado, no existe la dicotomía Estado y Mercado, no son sustitutos perfectos, son por el contrario complementos perfectos.

El actual ciclo económico de bonanza para la región tarde o temprano va a terminar, las tasas de interés de los mercados desarrollados subirán, los precios de nuestros productos primarios decaerán y nuestras economías perderán su atractivo. Exacerbar nuestro actual estado de optimismo nos podría enceguecer la necesidad de continuar con la implementación de las reformas necesarias para suavizar la ciclicidad de nuestras economías. No permitamos, en el caso de nuestro país, que en 50 años observemos por el espejo retrovisor y nos demos cuenta que fuimos maldecidos por la riqueza de nuestros recursos naturales.

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